martes, 29 de mayo de 2012

Hablar de la muerte.


Tratar el tema de la muerte puede resultar difícil si nos movemos entre la ambivalencia de saber que tarde o temprano nos salpica, y el deseo de que no ocurra, creyendo que por omitirla se mantendrá alejada.

Y se complica más si tenemos hijos que quieren saber y nosotros, aún desde el nudo en la garganta, queremos que sepan.

Tenía claro antes de tener hijos que haría todo lo posible por eliminar de mi vida los temas tabú, como todo tiene su proceso, y tal vez aún no he logrado el objetivo final, pero en lo que afecta al tema de la muerte creo que he asumido la responsabilidad de tratarlo con mis hijos exactamente como quería hacerlo.

Yo no soy creyente, pero pensar que la vida se acaba absolutamente el día en que mueres, no me dejaba satisfecha, así que sintiéndome libre de escoger mi propia opción personal, elegí que mis seres queridos serían estrellas. Muy clásico y romántico, lo sé, pero a mi me vale, y así se lo trasmito a mis hijos, al tiempo que les explico que diferentes personas tienen diferentes creencias y esta es sólo la mía.

Cuando enfermó mi abuelita los gemelos eran aún muy bebés, pero a Inés le explicamos tranquilamente que estaba muy enferma y que cuando estuviera preparada iba a morir. Que para mi era muy triste esta situación porque prefería que no muriera, pero que entendía que tenía que ocurrir y que mientras la abuelita se preparaba para ese momento yo quería pasar todo el tiempo posible a su lado, cogiéndole la mano. Esto fue clave, Inés necesitaba saber por qué yo pasaba tanto tiempo en el hospital, y yo necesitaba que ella entendiera que para mi era realmente importante.

Muchos días la llevé conmigo y aunque la abuelita estaba inconsciente, hablábamos con ella como si pudiera escucharnos, la limpiábamos, cambiábamos de postura, la besábamos y le explicábamos lo que hacíamos en cada momento tratando de incluirla en la conversación. Ella estaba allí, e Inés aprendía con cada gesto.

El día que recibí la llamada tan temida Inés y yo lloramos juntas, abrazadas. Entonces ella me dijo: "vete, y después cuéntamelo todo". Sabía que yo deseaba estar en el hospital en ese momento.

Por supuesto le conté todo a mi vuelta, cada detalle, lo que haríamos a continuación, los preparativos... había que hacer un viaje de 600km para acompañar a la abuela a su hogar. Todo parecía natural.

En el funeral ella quiso estar todo el tiempo a mi lado y fue quien me sostuvo, en ese momento ella tenía con 5 años la fuerza que a mi faltaba con 30. Tuvo el respeto, la seriedad y la sensibilidad, que le faltó alguno de los adultos allí presentes. También hubo quien trató de llevársela para mantenerla al margen de aquello, afortunadamente ni ella ni yo lo permitimos.

Pero también aquello pasó, y después vinieron miles y miles de conversaciones entre nosotras, de comentarios pasajeros, de recuerdos en voz alta que nos traen de nuevo a la abuelita a nuestro lado, momentos de añoranza y muchas lágrimas, que nos ayudan a entender y a verbalizar.

Hoy es el cumpleaños de la abuelita y dentro de unos días hará un año que nos acompaña desde otro mundo. Por supuesto celebraremos todos juntos esta nueva realidad.



Inés (6 años): Si le hablo a la abuelita con mi cabeza siento que está viva.
Yo: Y yo!!
Inés: Y si le cuento cosas me parece que me acompaña.
Yo: Y a mi!!


miércoles, 23 de mayo de 2012

Múltiples.


Artículo originalmente publicado en La Invasión Twin
(Gracias Núria, por empujarme a enfrentar la realidad).


Hace días (en realidad casi dos meses), que le doy vueltas a este artículo que me pidió Núria para celebrar el primer aniversario de su blog. Conste que no me puso condiciones, sólo que hablara de la crianza de múltiples, y yo, como mamá de gemelos pensé “uy qué fácil, vale!!”.

Pues de fácil nada. Resulta que pensando, pensando, pensando… me doy cuenta que sólo me sale el agravio comparativo, crianza de múltiples vs. crianza de uno, donde obviamente (para mi) la de múltiples sale perdiendo.

Así que por amor a mis pequeños gemelos y un mal planteamiento inicial, no terminaba de lanzarme. Y de pronto alguien me dice, ¿sabes cuántas madres de múltiples sienten lo mismo que tú y no se atreven a ponerlo en palabras?

Pues aquí estoy, pretendiendo ser sincera conmigo misma y de paso dar voz a otras que puedan sentir parecido.

No es que no quisiera tener gemelos, es que no entraba dentro de mis planes, es que para mi no era una posibilidad y es que, en realidad, no estaba preparada para ello. Yo quería ser madre de nuevo y poner en práctica todo lo que mi maternidad primeriza me había enseñado, lo que había aprendido, lo que hubiera querido hacer con la mayor y por la razón que fuera no pude, o no supe. Tal vez quería sanar y no lo sabía. Tal vez idealizaba la maternidad y continúe idealizándola después de nacer los gemelos.

Idealizar significa vivir en el imaginario sin poner la pizca de realidad que necesitas para no machacarte cuando las cosas no salen como querías. Y yo quería un embarazo consciente, un parto natural, una lactancia prolongada, colechar, criar con apego, portear y fusionarme con mis bebés.

Pero son dos (más una), y aunque mucho de lo que me propuse lo fui consiguiendo, en demasiadas ocasiones fue más sacrificio que disfrute. Y si me paro a analizar esta sensación me doy cuenta de que lo natural es tener un bebé, pero tener dos o más puede superarnos y entonces necesitamos AYUDA!!

No pasa nada, podemos pedirla, podemos recibirla, no somos más débiles o peores madres por ello. Podemos reclamar una tarde a solas, podemos alegrarnos de que llegue la hora de ir a trabajar. Tenemos derecho a desconectar y no por ello queremos menos a nuestros hijos.

Podemos expresar que nos duele no poder pasar horas con nuestro bebé en brazos porque el otro nos reclama, que nos sentimos culpables porque el sueño nos puede cuando ellos quieren jugar, que querríamos una casa más limpia y recogida pero esto es lo que hay, que se te parte el corazón cuando te das cuenta de que te has adaptado al llanto y no reaccionas con la misma rapidez. Podemos verbalizar claramente que estamos enfadadas, furiosas, decepcionadas, tristes, superadas… y permitirnos estarlo. Reconocer lo que sentimos, reconocernos imperfectas, y empezar desde ese punto.

Necesitamos, ante la llegada de múltiples, un replanteamiento, una tribu entera dispuesta a tender una mano, una buena dosis de humildad para aceptar hasta dónde puedes llegar y… tiempo.

Tiempo para ver que tus bebés crecen, que están sanos, que son felices, que les quieres con locura y que mereció la pena.





viernes, 18 de mayo de 2012

¿Proteger en exceso?

Se habla mucho de la sobreprotección de los menores, especialmente en tono reprobatorio, al parecer no es adecuado ni deseable, pero yo creo que más bien esta creencia nace de una falta de sinceridad con nosotros mismos.

Para empezar deberíamos preguntarnos qué entendemos realmente por proteger en exceso. ¿Tal vez querer evitar un sufrimiento?, ¿quizá optar por no arriesgarnos a crear un trauma?, ¿o puede que sea elegir siempre lo más satisfactorio para nuestros hijos?

Si todo eso significa proteger en exceso, lo confieso, soy una sobreprotectora declarada e incorregible.

Porque vamos ver, (y aquí empezaremos a ser sinceros), ¿quien no quiere lo mejor para su hijo?, ¿quien no entiende que desear lo mejor significa rechazar cualquier cosa que pueda impedirlo?

O, ¿de verdad creemos que si les exponemos a situaciones conflictivas y/o dramáticas aumentaremos las posibilidades de que sean adultos felices, seguros e independientes?, ¿o pensamos que aquello tan oído de "Ayyy... si hubieras vivido una guerra..." venía acompañado del deseo "por nuestro bien" de que la viviéramos? Porque yo, si tengo en mi mano parar una guerra, aún a riesgo de que mis hijos no aprendan nunca a terminar la comida del plato, lo juro, la paro.

Pero lo peor no es que nos estemos engañando, lo peor es que esta mentira está terriblemente justificada con aquello de "quien bien te quiera te hará llorar..." o cualquier frasecita similar.

Y se me ocurre un símil: aquel padre que ve cómo su hijo se lanza a cruzar la carretera sin mirar y decide no hacer nada en pro de una adecuada educación. Pueden entonces ocurrir dos cosas: que el niño atraviese la carretera sin pena ni gloria porque afortunadamente no había coches, o le vieron a tiempo. En este caso el padre puede justificar su conducta de riesgo pensando que el niño ha aprendido algo de educación vial, ha tomado la iniciativa y ha mejorado en autonomía.
La otra posibilidad es que al niño le atropelle un coche y se vaya directo al hospital. Entonces el padre podría pensar que ha habido un aprendizaje sobre educación vial, sobre el sistema de ambulancias, sobre la organización del hospital, la especialización de la medicina y tal vez incluso algo de socialización en la planta de pediatría.

No es necesario que os diga a qué me recuerda este símil. ¿Le dejaríais cruzar?

Sí quiero aclarar que en mi opinión hay que dejar que los niños sean niños en los entornos adecuados, y que si se siente capaz de subirse a un árbol, de levantarse sin ayuda después de una caída, de bajar las escaleras por sí mismo, o de chupar una piedra para ver cual es su sabor... es positivo que lo intente, pero en entornos creados por y para adultos, DEBEN ser protegidos.








lunes, 14 de mayo de 2012

Fantasías sexuales

Ahora resulta que hay estudios donde se pretende demostrar que las mujeres tienen tantas (o tan pocas) fantasías sexuales como los hombres... 

Vaya descubrimiento!! Y qué pensaban? Que habíamos nacido carentes de instinto sólo por ser mujeres?

Pues demostrado queda. Las mujeres también tenemos fantasías sexuales, podemos tener tantas o más que un hombre en función de nuestro carácter o de lo que nuestra cultura nos permita, pero no en función de nuestro género. Y además, aumentan en periodo de ovulación (viva la fiesta!).

Porque resulta que las fantasías sexuales no sólo son normales y habituales, además son sanas. Son representaciones de nuestra mente no necesariamente destinadas a ejecutarse. Son la puesta en marcha del engranaje de la imaginación en estado puro y con una finalidad placentera, ¿qué más se puede pedir?

Pues hay más, nuestras fantasías no tienen porqué acercarse si quiera a una realidad posible, de hecho ahí está la gracia, son pensamientos libres de prejuicios, estereotipos, y otras profecías.

Son imágenes mentales sin límites, que pueden ser cambiadas a nuestro antojo y que permiten la idealización con un toque de exclusividad.

¿Por qué íbamos a querer perdérnoslo?